El nuevo Papa Francisco I, declara: “¡Como me gustaría tener una Iglesia pobre y para los pobres!”. Perfecto. El papa quiere una iglesia pobre. El Vaticano no es precisamente pobre. Jamás he visto un papa en la pobreza, el papa es Vaticano y el Vaticano es oro. Y España desahuciando a una media de 517 familias diarias y en la mayor parte del África Subsahariana la gente sigue muriendo de hambre.
El papa reza, da misas, y predica, pide humildad y solidaridad, se ruega por los pobres y los desamparados y todo son buenas intenciones. Pero ¿y si se pasase a la acción?, si el papa en vez de predicar ayudara, en vez de rezar donara y en vez hablar actuara, ¿no sería más fácil llevar a la acción sus ruegos y suplicas? Una rebaja de sueldo, una viviendo más modesta, santos de madrea en lugar de santos de oro en las iglesias y entradas gratis al museo del Vaticano, que al fin y al cabo es de todos ¿no?
Los últimos días antes de la elección, todos los medios emitían imágenes de los aposentos dónde los 115 cardenales iban a reunirse durante el cónclave. No parecía una humilde reunión para acordar quien era el mejor. Parecía más bien la mesa de un banquete romano. Cuantos hubieran matado por disfrutar de ello sólo un día. El cónclave esta vez duró poco más de dos días, demos gracias al señor por no desperdiciar en un pocos lo que bien repartido hubiera hecho maravillosa la vida de muchísimos más.
¿Habría en el Vaticano el suficiente oro para erradicar el hambre y la pobreza extrema en una gran región? Esa es la cuestión.
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